viernes, 30 de agosto de 2013

Perdona.

Perdona, porque un día me levanté y quise comerme el mundo, para dejar de comerme la cabeza por ti.
Decidí cambiar los angustiosos lunes y los domingos de rayadas, por los sábados de risas con colegas en cualquier bar. 
También perdona por dejarme las ganas aparcadas en alguna parte, por volverme atea al amor.
Perdona, por si encuentras en mis ojos más motivos para quedarte que para decir "hasta nunca"
Perdona, por si no se me hace tan amarga tu despedida, o por si no volvemos a coincidir en esta vida.
Por si las cuerdas de mi guitarra ya no se prestan a sonar por y para ti.
Perdona, un minuto, se me enfría el café mientras logro deshacerme de la consciencia del tiempo y de tus recuerdos hechos añicos.
Perdona por si sólo sé escribir sobre tus caricias o sobre la puta mierda que es el amor.
Por haber esperado tanto tiempo algo de ti, algo que nunca acababa de llegar.
Perdona por hacer pactos con el diablo y apostar por tus caderas, allí siempre encontraba la respuesta a todas mis preguntas. Respuestas erróneas por lo que recuerdo; tentaciones de placer nunca habidas en mis sentidos, balas y pólvora, y un revólver del calibre 36, con el que solías disparar(me) cuando te venía en gana.
Yo ya estuve muerta una vez, lo recuerdo perfectamente. Fui consciente de esa tortura. 
Y perdona, por vivir de nuevo, por empezar de cero y por apuntarte a las espaldas con tu estúpido arma. Yo no lo llamaría venganza, si no rencor acumulado.

Ah, y por último, perdona por abandonar tus sábanas sin avisar. Pero es que en este epílogo esta vez eres tú el que se muere, en tu misma cama, un cementerio para un imbécil que creyó en el amor. O eso decía él.

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